12 junio, 2007

Carver, 2007


Miro cómo descargan las cajas, las maletas y la ropa. Holits lleva algo de lo que cuelgan correas. Tardo un momento, pero después me doy cuenta de que es una brida. No sé qué hacer ahora. No tengo ganas de hacer nada. Así que saco los Grant de la caja. Acabo de ponerlos ahí, pero los vuelvo a dejar. Los billetes han venido de Minnesota. ¿Quién sabe dónde estarán la semana que viene a estas horas? A lo menor en Las Vegas. Lo único que conozco de Las Vegas es lo que veo en televisión, es decir, nada de nada. Me imagino uno de los Grant llegando hasta la playa de Waikiki, o a alguna otra parte. Miami o la ciudad de Nueva York. Nueva Orleáns. Pienso en uno de esos billetes cambiando de mano en Martes de Carnaval. Pueden ir a cualquier sitio, y gracias a ellos puede ocurrir cualquier cosa. Escribo mi nombre con tinta en la ancha y marchita frente de Grant: MARGE. En letras de imprenta. Lo repito en todos y cada uno. Justo encima de la pobladas cejas. La gente se detendrá en el momento de pagar, preguntándose: ¿Quién es esta Marge? Eso es lo que se preguntarán, ¿quién es esa Marge?
Entra Harley y se lava las manos en mi lavabo. Sabe que eso es algo que no me gusta. Pero él lo hace de todos modos.
—Esos de Minnesota —dice— Los suecos. Están muy lejos de su casa.
Se seca con la toalla de papel. Quiere que le cuente lo que sé. Pero no sé nada. Ni parecen suecos ni hablan como tales.
Trad. Benito Gómez Ibáñez
Ed. Anagrama
Raymond Carver, La Brida



Título: Carver, 2007.
Acrílo, lápiz y barniz sobre tabla, 60 x 60 cm.

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