Luz Mercedes Orrego Morales es una colombiana que habla de su ciudad, Medellín, como de un lugar lejano en la memoria. Pero hay que decir que esto no es preciso, porque es media verdad.
Mercedes habla de todo como de algo lejano: habla de su poesía, aunque se trate de un texto escrito en un hueco de una agenda esta misma mañana; de su vida en Salamanca ayer, o el año pasado, que viene a ella como un penoso ejercicio de memoria, como algo que quedó atrás y ya nunca le interesará del todo; y habla de su vida en Medellín…
Entre las dos ciudades y ese mundo interior, a través de los saltos posibles de la comunicación vía internet que casi le es ajena, y otra comunicación que le es más cercana: la que hay entre Filosofía y Poética, ha creado esta colección de casi cincuenta poemas.
La poesía ha salido —jamás alcanzaré a saber cómo— de las agendas y libretas de uso múltiple en las que nos lee cada jueves en la tertulia del Ateneo, hasta un libro ordenado cuyo título define a la persona: Las labores del silencio.
Fotografía: Benito González García.
Cuando Mercedes escribe, algo sincrético y humano mira hacia adentro en una lengua abierta y precisa que nombra, aclara, la indefinible realidad.
Cuando Mercedes escribe, algo sincrético y humano mira hacia adentro en una lengua abierta y precisa que nombra, aclara, la indefinible realidad.
Sus poemas —breves, llenos, justos— solo se pueden definir con las mismas palabras que los dibujan.
Poco más me atrevo a decir: la envidia bien entendida —y el que quiere entender mal nunca entenderá nada— en un sentimiento muy sano.
Y yo envidio la poesía de Luz Mercedes Orrego. Espero que vosotros la envidiéis también, porque eso significará que la habéis aprehendido.
Casa de las Conchas, Salamanca, 16 de octubre de 2010