Con seis o siete años mi tía empezó a regalarme los cuadernos de Mafalta que he ido reinterpretando con la edad. Crecí y aprendí con Quino muchas cosas.
Pues de todas esas viñetas, hay una que he repetido y de la que le hablo a los amigos cuando dilucidamos sobre el hecho creador. Sobre la sorpresa que resulta algunas veces al terminar un relato que empezó sin saber hacia dónde dirigirse. Una sorpresa que en mi caso no sucede con el ordenador, sino con un lápiz y una libreta y que me llevan siempre a la imagen de Guille sujetando su lápiz. Aquí la dejo, para cerrar un año nuevo y abrir otro.