24 febrero, 2009

Presentación, Aula Magna de la Facultad de Filología. Universidad de Salamanca

Uno, escribe lo que escribe y lo hace porque sí. Escribimos contra lo que dice el sentido común, la lógica. Todo el mundo hace lo suyo sin pensar demasiado adónde van sus acciones.
Iba a empezar estas palabras con lo de siempre: la noche en que me senté a escribir. Lo cierto es que yo acudo a esa noche para intentar explicarme porqué escribo, y para qué… En los últimos años cada vez tardo menos en recorrer ese camino que siempre choca con la misma idea, con el mismo miedo: Todos vamos a morir, ergo no tiene sentido que me preocupe por dejar un corpus literario ordenado y coherente, por correr contrarreloj y robar tiempo para la escritura, por arañar mis poemas y mis relatos corrección sobre corrección… todo forma parte del mismo sinsentido, y todo cobra sentido. Los dilemas con el editor sobre detalles vanos de cómo quiero el índice del libro, esas diatribas, que fueron divertidísimas, han dilatado un año o más el proyecto: suficiente para volver a corregir por enésima vez este libro, y para devolverle su título original (el de los borradores)… Luego, ocho años de correcciones suenan como un ejercicio demente… pero vuelvo al tema: cada uno hace lo que hace y lo hace porque sí, porque se lo pide el cuerpo. El mío me pide orden.
Libro Cero abre la otra cara de El Zumo de los Días (los otros cuatro libros)…. ¿Por qué? Qué más da. ¿Escribimos para la posteridad, o escribimos para nosotros mismos? Escribimos para nosotros mismos. Y puede que ese ejercicio metódico sea tan fútil como el de quien sale a correr una hora al día. Pero hacemos lo que hacemos. Y dejamos lo que queda: unas páginas que no hablarán de nosotros, que desharán el logaritmo de esta carrera en que unos ganamos y otros perdemos.
Sé que me voy a ir del tema, pero esto me interesa: Nos perdemos en el “Tú has publicado tantos libros, otro solo ha publicado uno pero en una editorial mejor, tú has salido en la antología”… Nadie tiene razón y nadie gana, solo los papeles y el azar (sobre el que seguimos sin poder ejercer control) tiene la razón. Por eso he dicho siempre que no sirve de nada lo de ir cada uno por su cuenta, esto de ir haciendo springs hacia ningún sitio. Solo la obra que dejemos tiene la razón.
Nadie escribe mejor que nadie: Esto no es verdad pero puede que nosotros (casi seguro) estemos equivocados en el ranking. Por eso lo único que podemos hacer es escribir lo nuestro e intentar ir juntos a todo lo demás: publicaciones, fiestas, lecturas, florilegios… viajes literarios.
Siempre he aborrecido esta manía (sin sentido en una carrera de fondo) de tantas pequeñas miserias. Deberíamos ser uno, disfrutar de este paseo tranquilo, llegar juntos para que luego nuestro trabajo individual hable por sí mismo. Esto no es práctico, solo tiene sentido cada vez que nos sentamos a leer un libro y disfrutamos de autores abstractos, de palabras y de vidas ajenas.
En tanto, creo que esta ciudad tiene mucho que decir y debemos intentar decirlo juntos. Somos cientos los que escribimos y muchos los que tienen una voz. Así que debemos seguir reivindicando acciones comunes en que (más allá del marketing, más allá del ranking) consigamos pasárnoslo bien, seguir creando.
Para terminar, con respecto a este Libro Cero poco puedo decir de interés que no esté en sus páginas. Que espero que en la primera parte “La música acordada” se entienda la búsqueda de una forma más real con que he querido dibujar (a través de la elipsis) una imagen universal del encuentro. Y que espero también que se entienda la unidad de las tres partes. Un temor que mantengo con los libros anteriores.
Cuando el libro llegó a mis manos lo traté como a un pájaro exótico. Lo miraba con desconfianza, o él me miraba a mí. Tardé más de una semana en abrirlo (no por miedo a encontrar, como otras veces la errata de un primer vistazo) sino porque la tapa dura me hacía desconfiar de que eso fuera un libro mío. Cuando por fin lo abrí me di cuenta de que, efectivamente, mis miedos eran fundados. Como otras veces el libro ya no era mío. Era, simplemente, algo externo con lo que uno no sabe cómo relacionarse. Algo a lo que reaccionas siguiendo adelante sin ningún sentido. Escribiendo, sumiso, acorde a las palabras de Octavio Paz con las que abro el libro:
“¿Hay ciclos realmente? ¿No estamos condenados a escribir siempre el mismo poema? Una obra, si lo es de veras, no es sino por la terca reiteración de dos o tres obsesiones”.
Las obsesiones (el hambre de conocer, los sueños, los amores perdidos, las formas de la belleza, el miedo a dejar de sentir) abren y cierran esta poesía mía que siempre es el punto cero, el poema, el momento, la noche de la que no he logrado salir, probablemente porque no quiero.

Zafra, 21 de febrero de 2009