13 octubre, 2006

Un cómic de leyenda



Se publica mi guión, ilustrado por Enrique Jiménez Beineitez en el libro Castilla y León de Leyenda, proyecto auspiciado por la Junta en torno a las leyendas de Castilla y León, dirigido por Antoni Guiral y Jesús Redondo.
Me interesó principalmente el uso de la leyenda como elemento de creación. Mi primer intento, llevar al cómic la leyenda de "El judío y la mandarina", que Tomás Hijo recrea en su libro de Leyendas, milagros y rumores extraordinarios de la ciudad de Salamanca, fue desechado por los directores del proyecto.

Así pues, me interesé por una leyenda en la que pudiese, literariamente, criticar la falsedad de los estereotipos con los que se crean estas mismas leyendas. Así elegí la leyenda de La venganza de Narvillo. , que es en realidad un cobarde. En su leyenda "el moro", que profesa un amor verdadero por Alá-Galiana, es el malo. ¿No es obvio que el malo es Nalvillo? Ahí juego para dividir esos dos mundos con las dos identidades de la heroína, Alá-Galiana en una cara y Urraca en la otra, como el dios Jano. He aquí el texto con el que cierro la historia:

Las leyendas, como los cuentos sufís y las historias budistas, como las mil y una noches, buscan ponderar valores humanos, y de estos, extraer una enseñanza. Son una fábula por así decirlo, y de esta forma es también necesario ver como en nuestras leyendas hay varios niveles de interpretación. El primero, por proximidad cultural, es el netamente occidental, que marca la separación entre el bien y el mal, y de éstos reseña valores externos que formulan el valor de lo interior.

De esta manera podemos diferenciar siempre al héroe del villano, una apreciación de visu que nos lleva a un segundo nivel de interpretación que ofrece de ambos, bien y mal, la lógica de lo contradictorio. Borges, Hitchcock, Cervantes, repiten esta falsa paradoja, el bien que guarda el mal y viceversa. El mundo se rige por un sistema de compensación o de vasos comunicantes que forman parte de esta moraleja que las historias mastican por nosotros. Así, el buen villano actúa desde su ángulo de la historia correctamente, y el héroe de Borges es traicionado y traidor.

Paralelamente, y no dejando de explotar las múltiples posibilidades del texto, la tradición oriental nos muestra a estos arquetipos como una misma persona, los dos egos del hombre, del ser humano, el amor con el odio y el odio con el amor, lo blanco y lo negro del carácter que marcan las tradiciones de este y aquel lado del globo, con un Hyde y un Jeckill, el dios Jano que se representa con dos rostros opuestos como las caras de una puerta. Todos tenemos en nuestro interior todo el bien y el mal posible, de nosotros depende saber administrar esos bienes.

Importa ante todo, tras desmembrar la historia, que ni “A” es lo bueno ni “B” lo malo, sino que es la radicalidad o el breve entendimiento del hombre quienes colocan, ordenan las cosas, por claro y oscuro para poder comprenderlas. Así, el ego humano lucha contra sí mismo, para salvarse o condenarse, hechos que pueden significar, a través del fuego purificador, la misma cosa.

Salamanca, martes y 13 de junio de 2006