Fin de semana acabando de re-re-re-releer Libro Cero.
Cuando uno lee las galeradas —que ya no son galeradas porque eso suena a los linotipistas, que ya no son los ferros porque no tienen ese olor a amoniaco con que entintaban el papel para depositarlo sobre la plancha, que no llamo ferros digitales porque son una prueba impresa de un frío pero útil PDF—, cuando uno lee, mira, pasa, ojea y hojea, esos papeles impresos y cortados al tamaño que van a tener dentro de la tapa dura, cuando se entretiene en esa temerosa labor de cuenta atrás y empiezan a surgir fantasmas llamados erratas, llamados creo que este verso lo tenía yo escrito de otra manera, llamados las dos formas me gustan, llamados si corto aquí el verso imprimo este ritmo si lo corto aquí este otro, llamados he reescrito este poema durante ocho años y al final cuando abro la libreta gastada por el uso ha vuelto a su forma primera, llamado se entenderá la unidad de las tres partes, llamado en la piscina de unos amigos le he vuelto a cambiar el título por el del borrador primero, llamado debería publicar un libro de versiones de esta primera parte, llamado…
Cuando uno lee la prueba final con la que se editarán equis —tengo que preguntar qué tirada hacen— ejemplares, en todo caso muchos como para borrarlos de la faz de la tierra si me equivoco, cuando estás en esta tesitura violenta, nerviosa, y a la vez bastante tonta, entonces sabe que está jugando un juego que no tiene más sentido que cualquier otro en el que eres neófito, y que aunque no sepa qué significa el tiempo, o qué tiene que pasar para que en el fútbol sea penalti, es mejor que le pegues una patada al libro y lo mandes como buenamente puedas contra la portería.