Presentación del libro de Macías Saint-Gerons en el estudio de Pelonio en Madrid, junto al autor sus amigos: Sergio Reverter, Sebastián Álvarez, otros setenta asistentes, yo mismo. Esto es más o menos, lo que yo dije...
Para ordenar estas pocas palabras lo más difícil fue datar la fecha primera en la que Macías Saint-Gerons me habló de La nostalgia del guepardo.
Que un libro se geste durante mucho tiempo no significa nada, solo que se ha madurado: Macedonio Fernández escribió durante cincuenta años el Museo de la novela de la Eterna, Enrique Macías sencillamente ha dejado reposar, madurar. No ha tenido prisa por que los poemas vieran el papel impreso. Tan solo ya cuando le pesaba esa carpeta, cuando había que publicar para pasar a lo siguiente, ha sido el momento. Las obras se ordenan, de alguna rara forma, solas y deciden su tiempo.
Cuando oí a Quique hablar por primera vez de La nostalgia del guepardo, estábamos en su piso en Salamanca, de noche en un salón, con Nedi seguro, Sebas y Arkaitz, creo que nadie más. Se había enganchado a no sé qué canal de Naturaleza: National Geographic, Discovery, no lo sé… La idea empezaba a ordenarse en torno a unos cuantos poemas y la figura del guepardo. Cuando una imagen te hace suyo le perteneces: es tu idea y no tú quien decide. Así que él estaba estudiando en Salamanca o lo que quiera que sea que hacía por las noches, eso debió de ser a finales del siglo pasado. La idea, las notas de algunos de los textos estaban allí, pero cuando le decías: «deberías pensar en publicar», él te miraba sin mucho interés, como si estuvieras diciendo algo que no has pensado demasiado bien.
Hace algún año menos, ya aquí en Madrid, de la misma manera, en la época en que alternaba de noche en la habitación de escribir, entre los monólogos y los poemas, una tarde en una casa en la sierra, hablando de todo y de nada, o hablando de quemar libros en su estufa, dijo con el mismo desinterés: Yo creo que ya podía ir sacando los viejos poemas. Y ese desinterés no corresponde con la desgana hacia unos poemas, sino con la inteligencia del que sabe que «el arte es largo y la vida es breve». Es decir, se publica demasiado y todo el que junta algún dinero puede hacerlo, o el que envía seiscientos versos a un concurso con comité de lectura. Hay demasiados poemas, y demasiado de todo lo demás sin ningún poso.
Por eso me parece que estos poemas del guepardo, desilusionados como debe ser todo autor con los pies en la tierra, tienen ese peso. Después de toda la crítica que se pueda hacer, la genética, la revelación del verso y bla bla bla, los poemas de La nostalgia del guepardo dejan esa sensación tras de su lectura: algo de alegría unas veces, algo de añoranza otras, pero todos, según el canon de Poe, guardan ese punto álgido en el que te tocan. Así los haces tuyos, y solo así se puede hacer la buena literatura.
Madrid, 16 de diciembre de 2012