01 marzo, 2009

El libro negro de las leyendas urbanas, los bulos y los rumores maliciosos



Vi El libro negro de las leyendas urbanas, los bulos y los rumores maliciosos en el escaparate de la Librería Víctor Jara —y dentro tienen bastantes más, en respuesta a quienes lo estáis buscando—, y lo compré. Eso fue ayer. Al principio me desconcertó el índice, no sé por qué esperaba un libro de relatos de género.
Hoy sábado me he despertado a las seis de la mañana porque soñé que me había quedado encerrado en un ataúd, me acordé del relato de Poe y pensé: “puedo esperar a que me abran, pero me voy a agobiar, mejor me despierto”. Así que me he despertado me he bebido un litro de zumo de tres tragos y me he puesto a leer.
El día anterior había ojeado ‘11M’ y alguna cosa suelta, por lo que no entendía muy bien de qué iba todo. Esta mañana, a la luz del flexo del despacho —todavía era de noche— empecé por el principio, que me gustó menos que los otros tal vez porque acababa de salir con Poe de un ataúd.
Según avancé en la lectura se fue dibujando el mapa de lo que creo que tú, Tomás, quieres mostrar. Algo parecido a lo que sucede con la calavera de la portada: un manojo de imágenes caóticas que dan forma a algo mayor y fortuito que se dibuja con barniz UVI. Entre paréntesis me ha encantado que utilices un escote como mentón de la calavera, pero sigo.
Se trata de una especie de nueva mitología, olvidada por nosotros y ya la clásica. Eso de lo que hablas al principio y que hace que nos rijamos por un sentido global, hacia el que se dirige el orbe, pero que no deja de ser más que puro azar.
El libro engancha porque todos formamos parte del imaginario: de pequeño me contaron lo del rey Juan Carlos y su moto, yo he asegurado (porque a mí me lo aseguraron) lo de los pollos con seis alas de KFC, a quién no le han contado esas historias de terror en un campamento de verano…
Junto al imaginario está el bagaje: me he divertido mucho con la muerte dePaul McCartney, me he sentido estafado con el epitafio de Groucho, con las historias de Disney (¿la escenita gay de “El príncipe de Egipto” después de separar las aguas?, la descubrió en casa nuestro común amigo Alberto Pieruz). En fin, que todo ello hace que se convierta en un libro cercano, curioso. Pero no solo en eso.
Cuando llegué a ‘El precio de la fama’ —tengo la versión antigua de Excel ya te diré que tal la línea 95, y como me joda el disco duro o algo así te la voy a tener jurada—... pues bien, cuando terminé ese capítulo y habiéndolo  leído todo de una sentada´, me empecé a acordar de Borges —y no de la forma en que me voy a acordar de ti si el disco duro casca con el ejercicio—. Me vino a la mente ‘Tlön, Uqbar, Orbis Tertius’ y creo que por ahí van los tiros de tu libro. Quien se quede en la anécdota habrá entendido un dos por ciento, por decir, se habrá quedado en la epidermis del libro, un largo camino hasta la médula de las cosas. Eso supone no llegar a comprender que ese Mundo Tercero del que habla el relato es el que estamos construyendo, “esa revisión de un mundo ilusorio”, dice exactamente.
Leyendo tenía la sensación de que es divertido fabular, pero un sinsentido, porque entre todos, en esa fabulación colectiva, estamos inventado un mundo que no existe: "Ya en las memorias un pasado ficticio ocupa el sitio de otro, del que nada sabemos con certidumbre —ni siquiera que es falso", concluye Borges en su cuento.
Así este libro negro es, en efecto, “un mapa mental de la sociedad de nuestros días”, pero ese eso y es más cosas: he visto —o he querido ver, tú me dirás— la inspiración de Torres Villarroel en tu manera de afrontar la obra. Ahí es adonde quería llegar desde el principio: me gusta esa ambición, ese nivel de escritura en el que enlazas con los clásicos, en el que el libro aspira a llegar a esa visión general que rige lo lo literario.
Un libro que hay que tener, un libro en cuya compilación bien podría haber perdido su tiempo Diego de Torres Villarroel (si hubiera visto cómo nos las gastamos en el siglo XXI).
Va para el autor de este libro, esta Anatomía de lo visible y lo invisible, "a quien estoy deseando ocasiones en que hacerle más creíble mi afecto, dé Dios a Vd. buena salud, larga vida y graciosas felicidades".