15 agosto, 1994

Entre la nada y el día

So me interessava obedecer à stranha ordem: caminhar para a frente!
Cláudio Aguiar : A volta de Emanuel


.I.

No sé que sucede exactamente
cuando es de noche y uno se pierde.

Menos aún cuando amanece
y las escasas farolas
se apagan y te dejan entre la nada y el día.

Sólo veo los signos:

Al principio todo queda entre tranquilo y desierto,
entre desnudo y cruel;
Luego pasan las horas y comprendes que no amanece,
que te encuentras en un claroscuro inerte
y aunque avanzas por las calles las calles
no avanzan por el tiempo.

Han pasado ya cuatro horas
desde que la primera farola
comenzó a apagarse,
desde entonces he recorrido cientos, miles, de farolas
que declinaban ante el principio del día que se ha quedado sólo en eso. Seis,
diez horas deben haber pasado
desde que dejé la casa (y la dejé a ella)
y sigo andando, la vida me obliga a vagar hacia el día,
y aquí no amanece.


.II.

Voy vagando por las calles de esta ciudad
a la que nunca llego;
ya no sé que hora es, mi reloj se ha parado,
ni el tiempo ni las explicaciones dan ya de sí.


Yo sigo andando, intento gritar por romper el miedo
y la docilidad de estas calles no me deja, ni me deja
el leve aire que mueve las hojas de sus paseos.

Mientras tanto no amanece.

Han debido pasar cien mil calles y mil horas,
he debido pisar ya doscientas colillas viejas
y centenares de hojas secas que al romperse no suenan.
Pero mis pies no se cansan,
ni mis pies ni el principio del alba que perdura
y perdura insaciable.

He debido morir n veces
aplastado por este aire que no cuenta nada,
que no lleva nada en sus alas,
ni un signo de desesperación
ni un guarismo ni nada.

He debido rezar tantas veces
por parar un momento
y sentarme en la acera a mirar a las aves...

Porque en amaneceres como éste
las parejas de mirlos matan a sus crías,
por eso quiero pararme
y cerrar los ojos a este horror sin límite.

Sin embargo no aminoro mi huida
y me persigue este alba
mitificada y undosa.

No sé más, sigo sólo este signo
que en millones de horas
depara sólo más calles en su ritmo obsesivo,
más pálidas luces y sombras,
de este día que no perdono.
15 de agosto de 1994
Publicado en Viento del Nordeste

05 junio, 1994

Libro Homenaje a Guillermo Morón

En febrero de 2010 encuentro este poema ¿cuento? en un archivo viejo. Lo publiqué hace años y años (cuento con los dedos: 15) en el libro homenaje a Guillermo Morón (Carora, Venezuela, 1926) de la pontiy no había vuelto a leerlo desde entonces: qué sorpresa (el tono, el vocabulario, la velocidad). Aquí lo dejo, para propios y extraños.
Otra historia para Francisco

Francisco M. sabía ahuecar muy bien la voz
cuando quería,
hasta dar miedo incluso sabía.

No dejaba avanzar la desidia
ni una cuadra más, por donde tú y yo sabemos
que antes paseaban los pachucos con su cara aguerrida,
con su risa altanera, escandalosa,
y su cara de memos con guantes.

Francisco decidió alejarse de aquello
para fabricar telares en las llanuras de la Atlántida.
Luego, meses después,
pasó a dedicarse a la siembra de cierta planta aborigen
de propiedades ingratamente asombrosas.

(Francisco, el cuentista de Francisco,
iba persiguiendo
anhelos inexistentes
como quien deshace una porción de sí mismo para buscar algo nuevo.)

Yo dudo de si alguna vez Francisco,
tras catalogar cada brizna del Amazonas
y dedicar largos meses
a la interpretación del canto de las aves migratoas,
sentía una desaforada pasión
por los canchales de la frontera oceánica,
una leal propensión a deshacerse del tiempo que todo lo ataca,
o ambas cosas.


Luego Francisco, después de los trigales,
los canchales desaforados,
las brisas aéreas
que recorren el Amazonas y la Atlántida,
adquirió un viejo coche,
a módico precio,
y visitó las inmundas ciudades
con expresión enamorada y abstracta,
para observar a los hombres que emergían,
esporádicamente, de los suburbios,
las torres alzadas como bloques herméticos,
la mirada lejana de un niño que pintó un ratoncito
y tantas cosas...
practicando el tiempo por probar de todo.

13 de junio de 1994